Baúl o basurero

Ahondar

« María conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón »

En una oportunidad Jesús dijo que la persona que se convierte en discípulo «es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (Mt 13, 52). Es verdad. El corazón es el lugar donde se guardan muchas cosas, hay de todo. Están aquellas que intencionalmente queremos guardar y custodiar porque nos alimentan la vida cada día, porque le dan color y frescura a nuestra existencia, y porque forman parte de lo que somos. Por eso, cuando recordamos, por ejemplo, algo bello que nos alegra y gratifica el alma, lo que hacemos en realidad es pasar por el corazón para gustar nuevamente de aquello que nos alegra. Incluso decimos muchas veces, «no me gustaría olvidar nunca este momento» cuando tenemos experiencias que nos han hecho vivenciar algo esencial de la vida que queremos guardar celosamente en nuestro corazón. Sin embargo, y por muy paradójico que nos pueda parecer, junto a todo lo que nos hace vivir y están guardadas en nuestro corazón también están todas esas cosas que nos hacen sufrir.

Hemos pasado situaciones difíciles, complicadas, “extrañas”, por decirlo de alguna manera, que han dejado resabios en el corazón. No nos gustaría que estuvieran ahí, «¡ojalá pudiéramos arrancarlas!» decimos, pero se han metido y están ahí. Nos puede ayudar pensar que nuestro corazón es como aquel campo en el que el dueño encontró cizaña junto al trigo. No debemos pelear y destruir nuestro corazón queriendo arrancar lo que no nos gusta.

Fijemos nuestra mirada en la Virgen María. Su vida tampoco estuvo ajena a las situaciones difíciles, complicadas, dolorosas y hasta extrañas, en alguna medida. María, dice el evangelista, conservaba «estas cosas en su corazón. ¿A qué cosas se refiere? A aquellas manifestaciones de Dios en la que ella sentía su presencia, su cercanía, su protección, esto es lo que conservaba en su corazón. A pesar de lo difícil que fue su vida, y de lo complicada que puede ser la nuestra, es importante saber conservar en el corazón, como un motor secreto, aquellas cosas que le imprimen fuerza, amor, confianza, paz, serenidad a nuestra vida.

Es verdad que los momentos dolorosos que hemos pasado también dejan algo en el corazón, tal vez sea inevitable, pero lo importante es que conservemos lo que nos da vida. No debemos preocuparnos por la cizaña que «afea» el campo cubierto de trigo, sino mas bien ocuparnos de cultivar lo que nos da vida verdadera. No debemos entristecernos porque encontramos en nuestro corazón cosas que no deseamos conservar, déjalos, porque en la medida en que no recurras a ellas irán perdiendo fuerza, hasta tal vez, desaparecer. Hagamos como María, conservemos en el corazón aquellas experiencias en las que Dios nos manifestó su amor, ¡recurramos a ellas una y otra vez! De esta manera nuestro corazón será un baúl donde encontramos los tesoros que enriquecen nuestra existencia y no un basurero con desperdicios.

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