¿Está obligado a amarnos?

Ahondar

«Nuestras buenas obras no “obligan” a Dios a amarnos, no es un derecho que tenemos por portarnos bien.»

La revelación del amor de Dios en Jesucristo fue el acontecimiento más importante que ha conocido la humanidad. A pesar de los siglos que pasaron desde entonces, les confieso que hay días en los que siento pena al comprobar que todavía existen cristianos que no pueden o no quieren -no sabría decirlo con exactitud- aceptar de buen grado que el amor de Dios es gratuito, y que es un don que seguirá derramándose sobre toda la creación. ¿Por qué nos cuesta tanto recibir ese amor gratuito?

Se nos ha repetido incansablemente que Dios premia a los buenos, a los que “se portan bien”, y castiga a los malos porque “se portan mal”. Sinceramente no puedo creer que aún hoy en día alguien siga sosteniendo semejante barbaridad y se anime -casi desvergonzadamente- a desfigurar el rostro de Dios. Me pregunto a veces ¿Qué evangelio hemos leído durante estos siglos? ¿Qué encontramos al contemplar la cruz? ¿Qué entendemos al contemplar el sepulcro vacío? Tengo la impresión de que hemos llenado nuestra mente de ideas, de palabras y discursos sobre Dios y que, en el intento por conocerlo, hemos dejado de amarlo. Porque si bien es verdad que nadie ama a quien no conoce, lo cierto es que ese conocimiento no es racional, primeramente, sino afectivo.

Hoy nuestra fe adolece de experiencia afectiva de Jesús y le sobran ideas sobre Él. ¿Qué parte de «Él nos amó primero» no entendimos? ¿Es posible que todavía haya gente que crea que Dios le ama solo porque se porta bien? Dios no nos ama porque nos portamos bien, nos ama porque Él es amor y su voluntad es amarnos. ¿Es tan difícil de entender que existe un amor que es gratuito? La verdad es que, porque Él nos amó primero, nosotros lo podemos amar a Él y por ello, como consecuencia, nos “portamos bien”. Como dice bellamente la primera carta de Juan «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1Jn 4, 19).

La iniciativa en el amor es de Dios y esto hace posible que nosotros lo amemos. Las ideas no enamoran, las palabras no convencen y los discursos y documentos no movilizan la fe como lo hace la experiencia de Dios. Puede que motiven por un tiempo, pero no tienen la fuerza para sostener la vida de fe. Su amor es el que funda nuestro amor hacia Él y lo que nos moldea para vivir de una manera acorde con ese amor. Dios nos primerea en el amor – como dice el Papa Francisco- Nos ama desde antes, incluso mucho antes de que nosotros pudiéramos conocerlo. Nuestras buenas obras no “obligan” a Dios a amarnos, no es un derecho que tenemos por portarnos bien. El amor que nos tiene no es fruto de algún mérito nuestro sino de su amor gratuito y eterno.

Cuando oigo algunas charlas, discursos o exhortaciones sobre el amor de Dios a veces tengo la sensación de estar en un campo de concentración y adoctrinamiento mental. ¿Cómo es que podemos esperar que alguien ame a Dios por medio de esas elucubraciones racionales? Escucho en algunas charlas de retiros o convivencias espirituales que se recurre al dogma, a los mandamientos, a los preceptos de la Iglesia y hasta al infierno para mover a las personas a amar a Dios. ¿Quién puede amar a un Dios que amenaza con la condenación eterna si no le amas, no lo alabas ni le sirves? Ese no es Dios, el Padre de Jesús, de quien nos contó que sale al encuentro de su hijo cuando lo ve volver a su casa, que lo colma de besos, lo viste y hace una fiesta por haberlo recobrado con vida. Para amar a Dios, primero hay que descentrarse uno mismo y dejar de buscar el mérito personal. Solo vaciándonos de nuestro ego podremos amar a Otro que no seamos nosotros mismos.

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