Perder el miedo a perder

Ahondar

Pensar que la felicidad está en algún lugar no solamente es mentira, sino que además ese modelo mental es la fuente de sufrimiento.

Una de las enseñanzas más bellas y profundas del mensaje de Jesús está expresado en aquel pasaje del Evangelio que dice: «Les aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.» Y a renglón seguido, casi como si quisiera asegurarse de que comprendamos bien el sentido de sus palabras, agrega. «El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna».

Existe en todos nosotros una tendencia «natural» a construir nuestra vida conforme a lo que imaginamos, soñamos o proyectamos para nosotros y también, a veces, para los demás. Así es como pensamos que lograremos alcanzar la felicidad para nosotros y para los demás. En realidad, la felicidad no es algo que está al final de un camino recorrido; está en el camino que se recorre. No está en el otro extremo de nuestros sueños o proyectos. La felicidad es parte de una experiencia mucho más honda, y está unida a la «plenitud de ser» que emerge de nosotros cuando le hacemos lugar en nuestro interior. Mientras nuestra mente proyecta que la felicidad está fuera de nosotros y hacia adelante, en el silencio de la meditación descubrimos que en realidad está dentro de nosotros y en lo profundo. Pensar que la felicidad está en algún lugar no solamente es mentira, sino que además ese modelo mental es la fuente de sufrimiento.

El ego secuestra nuestro anhelo auténtico de «ser» para convertirlo en un proyecto mental que está asociado al tener, conseguir, lograr o alcanzar. Terminamos creyendo que «somos» si «tenemos». ¿Cómo recuperar el ser para vivir plenamente? Esto es lo que nos enseña Jesús: morir para vivir, perder para encontrar. La felicidad comienza en el mismo instante en que dejamos de tener miedo a perder, cuando soltamos en lugar de retener, cuando fluimos en lugar de controlar, o cuando simplemente comenzamos a aceptar «lo que hay y lo que es» en lugar sufrir imaginando lo que «debería ser». Tenemos más de lo que necesitamos, acumulamos más de lo que podemos cargar, y estamos más atento a cosas que ni siquiera nos hacen bien descuidando lo que verdaderamente es esencial.

El criterio de felicidad que tenemos adolece de inteligencia. Pareciera que hemos perdido esa capacidad maravillosa que tiene la especie humana para distinguir, para evaluar y elegir. ¿Qué nos está pasando? ¿Estamos perdiendo acaso nuestra «humanidad? Aunque nos resulte extraño o nos cueste entender, el miedo y la angustia, -dos emociones que parece que se han apoderado de todos nosotros- nos dicen todo el tiempo. ¡Cuidado, puedes perder! ¡Cuidado, se puede ir! ¡Cuidado, te puedes quedar sin nada! Es curioso, pero no he encontrado a ninguna persona que teniendo todo lo que soñó, controlando o calculando todo cuanto puede, o luchando a brazo partido por lo que debería ser, sea verdaderamente feliz. Por el contrario, son personas con el mayor índice de sufrimiento.

La meditación nos sitúa ante la fuente de plenitud de ser, de felicidad, que no se acaba. Ayuda a independizarnos de todo, a desapegarnos, para disfrutar verdaderamente de todo. El miedo a perder que es propio del ego que nos hace creer que somos lo que tenemos, nos recorta la realidad al mínimo dejando nuestro ser, sujeto a cosas y personas. En la meditación, Dios, nos recrea en el ser y nos hace descubrir dónde hallar la verdadera felicidad. En el silencio de la meditación se cultiva el ser para que podamos disfrutar la vida cotidiana de manera plena.

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