Estos Ejercicios Espirituales me encontraron con inquietudes. Una de ellas era sentir que, por llenar mi soledad, tenía muchas actividades que, a pesar de ser buenas, me quitaban la serenidad y la capacidad de orar y de discernir. La otra era mi falta de capacidad para no juzgar las acciones y las actitudes de mi prójimo, especialmente el más cercano. Esto era siempre fuente generadora de roces y conflictos, y por causas simples.
Cuando se hizo la luz en mi mente y en mi corazón, pude comprender que el otro es tal cual es, y no como yo desearía que fuera.
Eso me generó un click interior. Y tomé la decisión de comenzar a cambiar yo. Volví a iniciar otra vez, en esta larga etapa de mi vida, el camino de ver al otro y valorar sus esfuerzos. Dejar de considerarme perfecta, frenar mi lengua de críticas malas y tratar de brindar palabras de serenidad.
Las personas no cambiaron. Cambié yo de actitud. Y descubrí que los vínculos comenzaron a tener más paz.
Luego comencé a ejercitar en mi vida lo que, en teoría, ya sabía. No es fácil. Pero el esfuerzo vale la pena. Frenar mi inquietud. Orar y meditar a diario con la Palabra de Dios. Tener el corazón agradecido; es tanto lo recibido del Padre. Lo que tengo y lo que soy. Y la presencia constante de Cristo a mi lado; aun en los momentos de mucho dolor y de ausencia de mis seres queridos, Cristo siempre estuvo. Sólo hacía falta recordarlo y tomarme de su Mano.
Gracias Señor, por permitirme nuevamente abrir los ojos y descubrirte a mi lado.
Rosita