La posadera es quien finalmente termina cediendo un lugar, que probablemente no le parecía el más propicio para una mujer que venia a dar a luz. Pero, posiblemente, también era lo que tenía, lo único que podía ofrecer.
Creo que la posadera puede darnos esa perspectiva, ese lugar desde donde Jesús viene. Tal vez no viene a nacer en el lugar ideal, que puede ser nuestra vida, y a veces sentimos que nuestra vida no está bien para recibir a Jesús, pero lo más importante, es que Jesús quiere venir, quiere nacer igual. La Virgen María y José van buscando hacer posible eso.
Entonces, en este contexto, la posadera da, ni más ni menos, que lo que tiene. Da su lugar.
Nosotros, como la posadera, estamos invitados a dar nuestro lugar. A ofrecerlo aunque a veces nos parezca poco, pobre, aunque no nos parezca un lugar digno para Jesús. Pero, en el fondo, el que hace digno el pesebre es el mismo Jesús, o sea, que lo que la posadera dio, fue lo que Jesús dignificó.
Podemos compararlo con aquellos cinco panes y dos pescados de la multiplicación de los panes. Fueron lo que encontraron, lo que pudieron juntar y con eso Jesús hizo la multiplicación.
La ofrenda de la posadera, dio la posibilidad de que el Salvador naciera y nos cambiara la vida y es por ese regalo que dio al niño, que la recordamos hoy.
Andrés Aguerre, SJ