El regalo de la humildad

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Los pastores le traen al niño Jesús el regalo de la humildad. Ella, en sí misma, es una fuerza poderosa del todo particular. Los pastores la conocen por experiencia. Se parece a la tierra que los ama sosteniéndolos en cada una de sus pisadas y alimentando con sus frutos al rebaño. Se parece a los compañeros de camino cuando conversan o callan en la cercanía de un afecto que los protege. Se parece a la sonrisa de Dios que se manifiesta donde quiere, enviando a su séquito de ángeles para expresar con alegría su noticia. Se parece también al niño del pesebre sonriente y necesitado de amor, poderoso y a merced del afecto de su madre que lo recibe y ama como la tierra al rebaño.

Pero el regalo de la humildad, el alma del amor, tiene su envoltura. Todos hemos aprendido a recubrir o a reprimir esa fuerza. Nos han dicho que la fuerza y la libertad residen en no necesitar de nadie. Con el ejemplo de la costumbre nos han explicado una y otra vez que la tierra es un almacén de recursos a nuestra disposición. Nos han enseñado a competir y a defendernos del otro. Nos han mentido con la imagen de un dios que no sonríe ni canta. Por eso este regalo se lo entregan a José y a María. Con paciencia y la mirada puesta en el niño lo desenvuelven. Es cierto que esta decisión tiene su costo: tocar miedos y exigencias enraizadas en las viejas heridas, desaprender los caminos del engaño y asomarse hacia las sendas que entreabren los signos, pues, no resulta ser cosa fácil.

Aun así, los pastores le traen al niño Jesús el regalo de la humildad. El humilde recibe nuestra humildad; más aún, nos ayuda a descubrirla y a ofrecérsela, como diciéndonos: Ves, tu pobreza es hermosa; es la perla, el tesoro, el espacio en el que puedo reinar. El humilde Dios a merced del otro nos destraba con sus preguntas y punza con su infancia nuestra curiosa sed de omnipotencia. Lo fuerte es lo débil, la riqueza es la pobreza, lo infinito es lo pequeño, y Dios, un niño necesitado envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Por eso se acercan los pastores hasta nosotros y dicen: Vamos a Belén a ver lo que ha sucedido…

Ignacio Puiggari, SJ

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