Enfrentar los miedos

Ahondar

“Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”.

Hoy es Viernes Santo. Es, quizás, el día que los cristianos vivimos con más intensidad, con más profundidad. Porque conmemoramos la muerte de Jesús. Aquel que se dio por todos nosotros. Aquel que amó hasta el final, hasta la Cruz, hasta la muerte.

Pero, llegar a darse, morir por nosotros no fue fácil. Él sabía que era su destino, que Dios le iba a encomendar eso, pero no por saberlo, dejó de tener miedo. Sería un error pensar que Jesús no tuvo miedo a la muerte, porque él también era humano. Sin embargo, la clave de su miedo, fue que no lo detuvo para cumplir con su fin, con su objetivo, que fue salvarnos. Que diferente hubiese sido todo si él se echaba atrás, ¿no? A pesar de sus dudas finales, se la jugó, y lo hizo por amor.

En estos días que estamos viviendo, encerrados en nuestras casas y en los que tenemos más tiempo para reflexionar, para compartir, para conocer y conocernos, es cuando más dudas nos surgen, es cuando afloran las inseguridades y los miedos.

Miedo a lo que no podemos controlar. Miedo a lo desconocido y hoy más que nunca miedo a la muerte, a enfermarnos por este virus que tiene en vilo a toda la sociedad, a perder a nuestros seres queridos. Miedo a estar encerrados tanto tiempo con otros y con uno mismo. Miedo a encontrarnos. Miedo a no ser lo que esperan de nosotros. Miedo. Esa palabra atenaza, petrifica, nos paraliza y cala tan hondo en nuestros corazones que no nos permite avanzar.

Así como ayer la invitación era a compartir, a encontrarse con nuestros seres amados de una forma distinta por esta pandemia que azota al mundo; hoy la invitación, es a encontrarse con uno mismo. A preguntarse cuáles son los miedos que no hacen que mi corazón ame de manera plena, que se dé por completo. A conocerme realmente, en lo profundo, en lo más íntimo, en donde no hay máscaras, conocerme, o intentarlo, tal como Dios me conoce.

Hoy es el mejor día para darnos cuenta de que a pesar de que las cruces pesen, de que muchas veces el camino a la cruz sea más difícil de cargar que la propia cruz, Jesús está con nosotros, así como Dios nunca lo abandonó, él no nos deja a nosotros, nos carga y nos acompaña. Por eso es tan importante darnos cuenta de que los miedos no pueden controlarnos, no pueden regir nuestra vida, no podemos mirarla con un ojo abierto y el otro cerrado.
Jesús en su camino a la cruz cayó, pero se levantó. Entonces, ¿por qué tenemos tanto miedo de levantarnos de nuevo y volver a intentarlo? ¿Por qué es más fuerte el miedo al fracaso que el fin en si mismo? ¿Por qué vivimos con miedo de ser como realmente somos, de mostrarnos tal como somos, en nuestra esencia más pura?

Hay más tiempo que vida, somos finitos, somos un suspiro en este mundo y cada día somos más conscientes de eso por la situación mundial que estamos viviendo. Quizás, en algún punto es gracias a esta pandemia que estamos valorando a quienes tenemos al lado, a quienes nos acompañan día a día y por eso sentimos tanto miedo de perderlos, de quedarnos solos, pero tenemos que vencerlo. No es fácil, nadie dijo que levantarse de nuevo iba a suponer no tener raspones, pero en este tiempo, que es cuando más conocimiento interior tenemos, quizás involuntariamente, de nosotros mismos, tenemos que aprovechar. Hay que poner en oración y pedirle a Dios que nos acompañe, porque aunque parezca que estamos solos, en serio, jamás lo estamos.

Que este tiempo de encierro físico no suponga un encierro de corazón, de espíritu. Que podamos lograr vencer nuestros miedos y proponernos, cuando esta cuarentena obligatoria termine y el aislamiento llegue a su fin, ser más valientes a pesar de aquello que nos ancla, de seguir para adelante como lo hizo Jesús, sabiendo que no estamos solos en este camino, y pensando que la vida es una, es corta y no podemos vivir sin haber estrenado el alma.

“No me resigno a que cuando yo muera, siga el mundo como si no hubiera vivido.” Pedro Arrupe, sj.

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